Tomás Quintín Palma nació en una familia de payasos, así que está cansado de los chistes. Prefiere las metáforas, lo performático, aunque siempre con humor. No es periodista, ni actor, ni comunicador, ni instagrammer, pero al mismo tiempo es todo eso e incluso más.
La plataforma donde Quintín publica la mayor parte de su contenido es Instagram, aunque también coquetea con la radio y la TV, e incluso publica crónicas y sus textos se pueden leer en algún libro. “No me considero un instagrammer, siempre las etiquetas me incomodaron. Me fui de la escuela de periodismo, de letras, de comunicación, me molestaba que me etiqueten en una cosa, quedar encasillado. Y también para fantasear ser todas las cosas: escribo, actúo, hago radio, tele. Instagram es un lugar más donde comunico cosas,” explica este joven ecléctico, que intenta que en sus publicaciones no se pierda el misterio, “porque si todos muestran todo no hay secretos, si no hay secreto no hay erotismo, no hay seducción”. Lo que busca en el contenido que genera es “darle la vuelta a las cosas cotidianas, sublimar a través de algo artístico.”
“Me gusta hacer metáforas, generar contenido que interpele. No me gusta la exposición de la vida cotidiana sin metáfora, no me gusta subir una foto de una manteca, el perro, eso no”, comenta sobre el tipo de videos que publica, y agrega: “Es una época en la cuál todo el mundo hace chistes, parecería que ser gracioso es la que va, y yo vengo de una familia de payasos donde siempre se hicieron chistes, estoy un poco cansado de los chistes, así que trato de que sean una herramienta más, pero también me gusta contar una historia, tratar de interpelar algo.”
A Palma le gustan las redes sociales porque permiten “que cada uno tenga su propio canal y pueda comunicar”, aunque analiza que el financiamiento al producir contenidos en las plataformas digitales es complejo y “todavía no se le encontró mucho la vuelta comercial a esto de estar subiendo cosas en internet.” Planea empezar a subir videos a YouTube nuevamente , una plataforma que paga parte de la publicidad mostrada a quienes publican el contenido, y además permite subir otro tipo de videos: “Tengo ganas de subir cosas a YouTube de las que hago en instagram, porque yo grabo cosas que duran muchos minutos e instagram te caga porque te hace grabar de un minuto nomás, en cambio en YouTube no tenés ese límite de tiempo.” Ya había utilizado la red social comprada por Google, donde tenía un canal aunque “nadie lo sabe porque lo vio poca gente”. Ahí hizo una serie online llamada ‘Hasta hacernos pelota’. Después hizo una película que se llamó ‘Hasta hacernos fama’, junto a compañeros de Facultad y amigos: “Eramos chicos, estábamos en Rosario y flasheábamos compartir procesos creativos con gente que admiramos, como Luis Luque, Capusotto, Spregelburd, en su momento Pergolini, Savorido, Peretti. Armábamos un guión y los íbamos a buscar y los metíamos en los sketch que hacíamos.”
Este personaje tan difícil de definir está siempre entre Rosario y Capital, los dos lugares en los que trabaja. Explica: “Estoy más tiempo en Capital, pero con carpoolear, que es esa aplicación de autos que van y vienen, me muevo perfecto y siento que las dos cosas son un gran lugar en el cuál vivo.”
Su ritmo en Instagram es diferente de lo que hace la mayoría de los instagrammers, porque siente que “cuando el trabajo se mezcla con el ocio es difícil, parece que nunca parás, estás como autoexplotandote todo el tiempo”, por lo que intenta frenar un poco: “Capaz que subo un video por semana. Los instagrammers me dicen que hay que subir todo el tiempo, darle, meterle, yo no estoy tan de acuerdo con eso, o no es lo que a mí me gusta, que la gente haga lo que quiera, obvio, siempre la libertad por sobre todas las cosas.”
Este año planea volver a llevar adelante ‘La violencia de la ternura’, una experiencia humorística sobre el escenario, en Rosario y Capital, “para que no solamente sean las redes sociales, sino utilizar todos los soportes y que las cosas vayan interactuando entre sí, como interactúan siempre.”
Por Juan Manuel Amatta.